martes, 18 de enero de 2011

Profesor, ecce homo…


Una de entre tantas historias bíblicas cuenta de cómo Poncio Pilatos, al presentar a Jesús a la multitud enardecida, pronunció un lapidario “ecce homo”. Todos los allí presentes, conocían los crímenes de los cuales éste había sido acusado; no se requería de mayor presentación, por lo que exhibirlo con un “este es el hombre” resultaba largamente suficiente.

Más allá de nuestras creencias, podemos acordar que dos “verdades” –casi paralelas- existían en ese momento. Estas se cristalizaban en dos posiciones, una representada por un número reducido de personas que apoyaban a quién se convertiría siglos más tarde en la figura de la tradición cristiana y la de la gran mayoría, que afirmaban su culpabilidad.

Guardando las proporciones, el caso del profesor o, para ser más precisos, del estatus de profesor, es bastante similar en el Chile de hoy. Se le exhibe directa e indirectamente como el gran culpable del estado de la educación en nuestro país, con todos los pecados que eso implica. Directamente, a través de comunicados, de evaluaciones y de opiniones, las que no pocas veces encuentran un apoyo teórico en la investigación educativa, desde donde se revela el rol protagónico del profesor en el aprendizaje del alumno. Indirectamente, a través de proyectos de ley, de amedrentamientos al interior de los establecimientos, en los que se pone en tela de juicio sus capacidades como educador.

Nadie se atrevería a negarlo y no es secreto alguno: hay profesores que responden a las metas de nuestro sistema educativo y hay profesores que no. También encontraremos sacerdotes que han llevado una vida de santo y otros quienes han tenido preferencias poco decorosas por los niños.

Claro. Hay una diferencia de número, cuantitativa. Se puede tender a pensar que, la gran mayoría de los profesores en ejercicio, son inoperantes, incompetentes, ineficientes… (o cualquier otro apelativo vinculado al incumplimiento de su rol). Existe un estudio del 2009 realizado por el gobierno precedente que da luces al respecto, el cual revela que de 15.700 docentes evaluados solo un 1,5% posee un nivel “insatisfactorio” (el 28,9% fue catalogado como “básico”, el 63,1% como “competente” y el 6,5% como “destacado”).

Qué más quisiéramos nosotros que ostentar un 100% de profesores “destacados”, pero esto no es así en Chile, como tampoco lo es en la tierra prometida de la educación de Finlandia.

Claro. Persiste una diferencia de fondo, cualitativa. No queremos que ningún edificio se caiga con un terremoto y tampoco queremos que ningún profesor con su mediocridad arruine las bases de la formación de un niño ¡No queremos, ni siquiera un 1,5%! Para eso se debe legislar y mejorar la carrera docente desde su selección, formación inicial y continua. Este camino, con altos y bajos, ya ha sido emprendido.

No nos malinterpreten; el profesor es un elemento clave en la educación y es una tarea pendiente en nuestro país. Ahora bien, eso no es todo.

Richard Elmore, célebre profesor de la escuela de educación de la Universidad de Harvard, tras largos años de estudio ha acuñado la noción de “núcleo pedagógico” (2010. El núcleo pedagógico. In Mejorando la escuela desde la sala de clases). Tres elementos componen este concepto: profesor, alumno y contenidos.

Aquí se nos muestra que es la relación profesor, alumno y contenidos la que sería determinante del carácter de la práctica pedagógica […]“y no las cualidades de cada uno de estos componentes por separado” (ibídem, p. 19)

Cierto es que cada elemento del núcleo posee un rol dentro de la relación de los tres elementos constitutivos del núcleo, papel que debe ser jugado con la mayor de las cautelas y responsabilidades, siempre en miras de un objetivo mayor: la educación integral.

En este contexto, el estado de la educación actual en nuestro país y nuestro descontento con ella se debe al rol pobre que han jugado (y que siguen jugando) los profesores. Asimismo, y no en menor grado, debemos centrar nuestro malestar en nosotros mismos.

Debemos sentir enojo con los alumnos, que no han asumido su rol de aprendices, con los padres que no han sido capaces de apoyar los procesos formativos de sus hijos y de indicarles el protagonismo que tienen frente a su aprendizaje, desplazando este papel en las escuelas, colegios y liceos.

Debemos sentir enojo con los contenidos, que no son más que un correlato textual y documentado de las políticas públicas, alimentadas por el gobierno anterior y el de turno y algunos miembros de la Academia. Molestia frente a la despreocupación de la formación continua de los profesores, de una enorme incoherencia con el discurso del aprendizaje por competencias, que contrasta, además, con las condiciones materiales de los establecimientos y con las condiciones laborales de los profesores.

Si en un Chile hipotético, lográramos contar con profesores de altísimo nivel, no hay dudas en que el nivel de aprendizaje de los alumnos mejoraría. Aún así, no hay milagros; la educación no daría un salto cualitativo.

Es por ello que el profesor, “ecce homo”, lo encarnamos nosotros mismos. Del mismo modo en que, junto con Jesús, fueron condenados simbólicamente tanto sus detractores por participar como sus defensores por callar (estas dos verdades que, en el fondo, son una), junto con el profesor -hoy en el ojo de la tormenta- merecemos el escarnio público todos y cada uno de los que componemos esta sociedad.

Ya pasado el juicio, podemos hacer aún mejor. Realicemos análisis aún más profundos y radicales, aspiremos a modificar este núcleo pedagógico y no agotemos nuestras fuerzas en un solo hombre.

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