miércoles, 13 de abril de 2011

Educar a la opinión en la web


Si se puede hablar de ciertos rasgos de la gente de un país (tema que no es del todo claro y que está lejos de ser resuelto), un chileno tal vez puede ser reconocido por su apego a la broma espontánea, ligada a una situación. Asimismo, tal vez podamos hablar de la solidaridad o del gusto por la fiesta. Todo es relativo, nada seguro.

En esta misma lógica, lo que no pareciese ser una característica de nuestra idiosincrasia es la opinión… Mostrar públicamente nuestro parecer sobre cualquier situación, expresar oralmente una idea a un grupo de gente, sean estos conocidos o no, podría resultar problemático. Opinamos menos ¿pero con respecto a quién? En todo caso, menos que lo que lo podrían hacer ciudadanos de otros país a los que miramos con admiración (países, por supuesto, desarrollados, con modelos económicos “admirables”).

Sin embargo, dentro de la relatividad de esta última afirmación (si existe algún estudio específico al respecto, lo ignoramos), la participación de los chilenos en las redes sociales y en los foros de opinión (blogs, artículos de periódicos…) es más que abundante. Será porque los chilenos estamos cambiando y queremos entregar nuestra reflexión, será que el “anonimato” de la opinión en la web (que la gran mayoría de los sitios ofrecen) revierte nuestro carácter reacio a hablar en público… las razones, por más interesantes que sean, no revierten el hecho de la presencia activa de la opinión en internet.

Si incluso todo lo anterior es falso, por lo menos podemos constatar que los chilenos participamos activamente entregando nuestra opinión online. Ese solo hecho es razón suficiente para abordar la problemática del contenido de la opinión en la web.

…”y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”…

A modo de ejemplo, muy recientemente (12 de abril del 2011), un diario chileno publicó un breve artículo concerniente a una declaración hecha por Ollanta Humala, ad portas de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Perú. En ella, Humala sostiene que Chile debería pedir disculpas a Perú por su actitud durante la guerra del Pacífico en 1870, por la práctica del espionaje, así como también por vender armas a Ecuador durante el conflicto del Cenepa. Al día siguiente de publicado el anuncio, el mismo diario publicó las declaraciones de Keiko Fujimori, contrincante en las mismas elecciones. En dicha declaración, Fujimori concuerda con Humala, pero llama a no aprovecharse del tema para ganar adeptos en las presidenciales.

Asimismo, otro diario, el 13 de abril de 2011, exhibe en un apartado el insidioso titular “Ollanta y Keiko nos vuelven a echar la bronca”.

Más allá de la veracidad de las declaraciones, la reacción en los foros de opinión no se hizo esperar (255 comentarios a las 23:00 del martes 12 de abril, en el caso del primer diario en comentar la noticia y que posee foros de opinión). Del total de comentarios, 195 contenían generalizaciones de la opinión de Ollanta y Fujimori a todo el pueblo peruano. De ellos, en 181, encontramos apelativos para referirse a ellos con intenciones peyorativas como “monos”, “indios”, “cholos”, “subdesarrollados”, dentro de los más empleados y reproducibles. En 103 comentarios, se habla gratuitamente de “guerra” y en solo 5 se baja el perfil, apelando a una “superioridad” reflexiva.

En mi caso, el contenido de las opiniones me hizo recordar aquel vals compuesto en 1942 por Chito Faró: “Si vas para Chile”. La letra, muy conocida, o está absolutamente obsoleta a la luz de las opiniones en los foros o el forastero es querido en Chile cuando viene de ciertas latitudes, dentro de las cuales Perú no está ubicado.

Detrás del comentario, la educación

¿Somos racistas los chilenos? ¿Es éste un rasgo de nuestra idiosincrasia? ¿Existe un pseudo-nacionalismo ciego que nos lleva a reaccionar mal frente a comentarios considerados como ofensivos a la patria?

Nuestro objetivo no es responder a estas preguntas. Tampoco queremos analizar el tema evocado, ya que éste es empleado solo como ejemplo concreto. Aspiramos, en una primera instancia, a llamar la atención de la importancia de abordar temas contingentes en la educación chilena, temas que convocan la opinión y, a través de ella, acceder a las creencias en las cuales está arraigado un discurso. Luego, ver los peligros del discurso que sustenta un comentario, sea éste elaborado o no.

No pocas veces, el anonimato hace emerger lo peor de un individuo (estudios sociológicos existen sobre la pérdida de la individualidad en el comportamiento grupal, como podría ser el caso de los desmanes en los estadios, luego de un partido de fútbol o sobre el hurto como oportunidad de aprovecharnos cuando nadie nos ve). La web nos ofrece un espacio que nos podría permitir testear la opinión de quienes, bajo seudónimos, opinan y muestran valores que, al fin y al cabo, forman parte de sus verdaderos valores. La opinión anónima es, bajo esta perspectiva, una dimensión del sujeto que debe ser atendida.

Volver conscientes a los jóvenes y niños en edad escolar de la envergadura de los discursos de todo orden, que fundan los comentarios, sean estos anónimos o no, es una problemática que no podría ser resuelta más que dentro del sistema educativo.

Esto es, sin lugar a dudas, una materia a pensar.

martes, 18 de enero de 2011

Profesor, ecce homo…


Una de entre tantas historias bíblicas cuenta de cómo Poncio Pilatos, al presentar a Jesús a la multitud enardecida, pronunció un lapidario “ecce homo”. Todos los allí presentes, conocían los crímenes de los cuales éste había sido acusado; no se requería de mayor presentación, por lo que exhibirlo con un “este es el hombre” resultaba largamente suficiente.

Más allá de nuestras creencias, podemos acordar que dos “verdades” –casi paralelas- existían en ese momento. Estas se cristalizaban en dos posiciones, una representada por un número reducido de personas que apoyaban a quién se convertiría siglos más tarde en la figura de la tradición cristiana y la de la gran mayoría, que afirmaban su culpabilidad.

Guardando las proporciones, el caso del profesor o, para ser más precisos, del estatus de profesor, es bastante similar en el Chile de hoy. Se le exhibe directa e indirectamente como el gran culpable del estado de la educación en nuestro país, con todos los pecados que eso implica. Directamente, a través de comunicados, de evaluaciones y de opiniones, las que no pocas veces encuentran un apoyo teórico en la investigación educativa, desde donde se revela el rol protagónico del profesor en el aprendizaje del alumno. Indirectamente, a través de proyectos de ley, de amedrentamientos al interior de los establecimientos, en los que se pone en tela de juicio sus capacidades como educador.

Nadie se atrevería a negarlo y no es secreto alguno: hay profesores que responden a las metas de nuestro sistema educativo y hay profesores que no. También encontraremos sacerdotes que han llevado una vida de santo y otros quienes han tenido preferencias poco decorosas por los niños.

Claro. Hay una diferencia de número, cuantitativa. Se puede tender a pensar que, la gran mayoría de los profesores en ejercicio, son inoperantes, incompetentes, ineficientes… (o cualquier otro apelativo vinculado al incumplimiento de su rol). Existe un estudio del 2009 realizado por el gobierno precedente que da luces al respecto, el cual revela que de 15.700 docentes evaluados solo un 1,5% posee un nivel “insatisfactorio” (el 28,9% fue catalogado como “básico”, el 63,1% como “competente” y el 6,5% como “destacado”).

Qué más quisiéramos nosotros que ostentar un 100% de profesores “destacados”, pero esto no es así en Chile, como tampoco lo es en la tierra prometida de la educación de Finlandia.

Claro. Persiste una diferencia de fondo, cualitativa. No queremos que ningún edificio se caiga con un terremoto y tampoco queremos que ningún profesor con su mediocridad arruine las bases de la formación de un niño ¡No queremos, ni siquiera un 1,5%! Para eso se debe legislar y mejorar la carrera docente desde su selección, formación inicial y continua. Este camino, con altos y bajos, ya ha sido emprendido.

No nos malinterpreten; el profesor es un elemento clave en la educación y es una tarea pendiente en nuestro país. Ahora bien, eso no es todo.

Richard Elmore, célebre profesor de la escuela de educación de la Universidad de Harvard, tras largos años de estudio ha acuñado la noción de “núcleo pedagógico” (2010. El núcleo pedagógico. In Mejorando la escuela desde la sala de clases). Tres elementos componen este concepto: profesor, alumno y contenidos.

Aquí se nos muestra que es la relación profesor, alumno y contenidos la que sería determinante del carácter de la práctica pedagógica […]“y no las cualidades de cada uno de estos componentes por separado” (ibídem, p. 19)

Cierto es que cada elemento del núcleo posee un rol dentro de la relación de los tres elementos constitutivos del núcleo, papel que debe ser jugado con la mayor de las cautelas y responsabilidades, siempre en miras de un objetivo mayor: la educación integral.

En este contexto, el estado de la educación actual en nuestro país y nuestro descontento con ella se debe al rol pobre que han jugado (y que siguen jugando) los profesores. Asimismo, y no en menor grado, debemos centrar nuestro malestar en nosotros mismos.

Debemos sentir enojo con los alumnos, que no han asumido su rol de aprendices, con los padres que no han sido capaces de apoyar los procesos formativos de sus hijos y de indicarles el protagonismo que tienen frente a su aprendizaje, desplazando este papel en las escuelas, colegios y liceos.

Debemos sentir enojo con los contenidos, que no son más que un correlato textual y documentado de las políticas públicas, alimentadas por el gobierno anterior y el de turno y algunos miembros de la Academia. Molestia frente a la despreocupación de la formación continua de los profesores, de una enorme incoherencia con el discurso del aprendizaje por competencias, que contrasta, además, con las condiciones materiales de los establecimientos y con las condiciones laborales de los profesores.

Si en un Chile hipotético, lográramos contar con profesores de altísimo nivel, no hay dudas en que el nivel de aprendizaje de los alumnos mejoraría. Aún así, no hay milagros; la educación no daría un salto cualitativo.

Es por ello que el profesor, “ecce homo”, lo encarnamos nosotros mismos. Del mismo modo en que, junto con Jesús, fueron condenados simbólicamente tanto sus detractores por participar como sus defensores por callar (estas dos verdades que, en el fondo, son una), junto con el profesor -hoy en el ojo de la tormenta- merecemos el escarnio público todos y cada uno de los que componemos esta sociedad.

Ya pasado el juicio, podemos hacer aún mejor. Realicemos análisis aún más profundos y radicales, aspiremos a modificar este núcleo pedagógico y no agotemos nuestras fuerzas en un solo hombre.